La sociedad enferma y sus enemigos

LA SOCIEDAD ENFERMA Y SUS ENEMIGOS

frase sociedad enferma

MAURICIO DIMEO

Obras del mismo autor:

http://es.scribd.com/mau_dimeo

INTRODUCCIÓN

En este escrito se analizará la idea de la locura y su relación con el contexto ideológico y cultural en la familia, el trabajo y el consumo, además se propondrán soluciones para una óptima salud mental.

1. La locura

El problema de la locura tiene una inmensidad de referencias tanto en la psicología como en la literatura, si leemos acríticamente todas las posiciones llegaremos a la conclusión que todos estamos locos en algún sentido, lo cual sólo relativiza su significado. La pregunta básica ¿Qué es la locura? Puede responderse históricamente de diversos modos. En la antigüedad se creía que la demencia era una desgracia de los dioses, en la Edad Media se entendía como una posesión diabólica enviada por Dios como castigo, ya en la ilustración se entendía como una anormalidad contranatural, la psiquiatría moderna parte de este supuesto y trata a la locura como un desorden neuronal.

También habría que preguntarse: ¿Está toda la sociedad enferma mentalmente o sólo una parte? Es decir, es imposible hacer una distinción tajante de quiénes están completamente locos y quienes completamente sanos, dado que así como nuestra salud física es endeble, nuestra salud mental no es infalible, es por ello que se recomienda que todos tengamos un psicólogo de cabecera o asistamos a terapia con regularidad. Es decir, habrá que romper la noción polarizada loco-sano, para mostrar que la salud mental viene en grados y que, como se dice popularmente: de músicos, poetas y locos todos tenemos un poco.

Además, el origen de la locura no está sólo en factores fisiológicos o neurológicos, sino que posee un componente social, en la medida en que la noción de locura cambia en cada contexto histórico y en la medida en que la sociedad condiciona cuántos y quiénes llegan a la locura, es decir, la sociedad es responsable de la salud mental de los individuos y a su vez denomina locos a quienes no se adaptan a su sistema.

En pocas palabras, la locura puede definirse como un desequilibrio mental o social, producto de un contexto histórico y sobre una base neurológica.

En tal sentido, existen tres espacios fundamentales de desarrollo y convivencia social: el trabajo, el consumo y la familia, los cuales son clave para nuestra salud mental, como veremos en adelante.

2. Locura en el trabajo

El complejo de castración que según Freud debe subyacer en todos los fenómenos psicopatológicos brota de las propiedades castrantes del trabajo asalariado: La actividad propia aparece como pasión, la fuerza como impotencia, la generación como castración, la propia energía física y espiritual del trabajador, su vida personal como una actividad que no le pertenece, independiente a él, dirigida contra él.

Michael Schneider

Como argumenta Engels, “el trabajo es la primera condición fundamental de toda la vida humana, hasta tal punto que, en cierto sentido, deberíamos afirmar que el hombre mismo ha sido creado por obra del trabajo” (1931:142) Por ende, el trabajo juega un papel fundamental en nuestra realización como seres humanos, de modo que nuestra salud mental depende en gran medida de dicho ámbito. Pero, ¿qué encontramos en la realidad laboral hoy en día? Que el trabajo es una de las principales causas de locura, ya que posee una serie de elementos que lo entorpecen.

En un plano ideal el trabajo tendría que:

1. propiciar el desarrollo profesional del trabajador.

2. brindar una estabilidad económica y,

3. contribuir al desarrollo de su entorno.

En el primer aspecto el trabajo no propicia un desarrollo profesional, gran parte de los empleos son monótonos, desgastantes y poco entretenidos: manejar un autobús 12 horas diarias, vender la misma mercancía todo el tiempo, llenar los mismos formularios cada día, limpiar los mismos excusados cada vez, barrer las mismas calles cada día y una infinidad de actividades semejantes. Cuando el organismo humano hace la misma actividad todo el tiempo tiende a automatizarse, a desinteresarse, a desmotivarse, esto conlleva graves repercusiones psicológicas, ya que el trabajador no se siente cómodo con lo que realiza, sino ajeno a sí mismo, fuera de sí y hasta esclavizado, incluso porque sabe que la mayor parte de las ganancias que genera su trabajo no le serán retribuidas. Tal como explica Marx: “Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo y en el trabajo fuera de sí (…) De eso resulta que el hombre sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar (…) y en cambio, en sus funciones humanas (laborales) se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en lo animal” (citado en Schneider, 1979:245).

En el segundo aspecto, la estabilidad laboral es muy precaria, el trabajador tiene que ir día a día con el riesgo latente de ser despedido, ya sea porque trabaja subcontratado o porque lo obligan a firmar su renuncia desde que lo contratan, además de que pocos cuentan con seguridad social y ésta suele ser muy deficiente,  que si se enferma no le pagan, que a veces tiene que trabajar horas extras no pagadas o que no tiene hora de salida, lo cual acepta porque sabe que detrás de él hay decenas de desempleados a la espera de su vacante. Dichos desempleados tienen un riesgo mayor de locura, ya que son excluidos del mercado laborar, que es un ámbito fundamental de integración social.

En el tercer aspecto, el trabajador se percata de que su trabajo no genera un beneficio para su sociedad y muchas veces es un trabajo que perjudica a su comunidad, ya sea porque sabe que el producto que genera es comida chatarra, porque su trabajo implica una gran contaminación ambiental, porque su labor burocrática es poco significativa o porque su labor educativa se mide por su valor lucrativo y no por su calidad pedagógica, entre otros.

En pocas palabras, el trabajo es una de las principales fuentes de locura en la sociedad, ya que el trabajador sufre de una constante preocupación por sus ingresos, por su estabilidad y por lo poco significativa que suele ser su labor, tanto para sí mismo como para su entorno.

Sin embargo, este riesgo de locura es bien capitalizado por la clase dominante, pues la industria de la salud hace un jugoso negocio con aquellos empleados que pueden pagarse una terapia o con quienes se hacen adictos a los estimulantes como el café, las píldoras, el cigarro o el refresco de cola (para rendir en jornadas inhumanas con el pretexto de la productividad). Por otro lado, no le conviene que los trabajadores falten al trabajo por problemas de salud mental, por lo que diseña asesorías psicológicas para convencerlo de que la empresa o institución no es el problema, sino él mismo por su incapacidad de adaptación al trabajo bajo presión, de modo que la psicoterapia es manipulada como una herramienta más de dominación, opresión y explotación.

En otras palabras, la locura es exagerada para los ricos ya que su tratamiento resulta un gran negocio y la misma locura es minimizada en las clases bajas puesto que su tratamiento implica gastos a la empresa y una baja productividad.

Por otra parte, los tipos de locura en ricos y pobres también varían, por ejemplo, el narcisismo o complejo de superioridad es más común en las clases altas, que son educadas para liderar empresas y naciones, por el contrario, en las clases bajas suele darse un complejo de inferioridad, dado que sufren marginación y discriminación social, “no hay enfermedad mental para las clases oprimidas, sino desamparo, alcoholismo, degeneración física, embrutecimiento, sencillamente porque falta el dinero para convertirlos en enfermedades psíquicas” (Schneider, 1979:275).

Además, la terapia psicoanalítica suele estar hecha para adaptar al paciente al medio y no para inculcarle la capacidad de transformación, de este modo, si el paciente sufre de algún grado de neurosis por causa de jornadas extenuantes de trabajo, por precariedad debido a bajos salarios o por falta de tiempo libre debido a largar jornadas: el problema estará en él y el analista se limitará a convencerlo de que su problema es su falta de adaptación al medio, que su principio de realidad está deformado, en vez de mostrarle que la realidad misma es la que le propicia trastornos mentales y que las relaciones laborales son las causantes de la neurosis.

Esto conlleva consecuencias psicosomáticas, ya que el trabajador que es oprimido en los tres aspectos mencionados genera trastornos alimenticios, insomnios, úlceras, problemas del corazón e incluso accidentes de trabajo inconscientemente propiciados (Schneider, 1979:261), ya que ante condiciones adversas de trabajo si la persona no reacciona el propio cuerpo termina por responder.

3. La locura en el consumo.

La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales, que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído por nosotros. En lugar de todos los sentidos físicos y espirituales ha aparecido la simple enajenación de todos estos sentidos, el sentido del tener.

Karl Marx

Se ha dicho que vivimos en la sociedad de consumo, puesto que todas nuestras expectativas y aspiraciones tienen que ver con él. Pero esto es otra forma de locura propiciada por los mismos que brindan trabajo: los empresarios. Como su principal objetivo es la ganancia, no les importa generar locura en sus empleados (como ya se ha mencionado) y locura en sus consumidores, ya que harán todo cuanto esté en su poder para vender la mayor cantidad de mercancías, sin importar qué tipo de mercancía o qué repercusión social tendrá.

Es así que la publicidad juega el papel central en la construcción de una locura colectiva, ya que en su afán de lucro nos vende la idea de que todo lo que necesitamos está en los productos de consumo, esto propicia que dejemos de disfrutar de los objetos, situaciones y personas por el hecho mismo, y sólo podamos sentirnos satisfechos en la compra. En consecuencia, las personas cuantifican el amor en relación al precio de los regalos que reciben, el disfrute de tiempo libre se mide en relación al gasto que se haya realizado y los objetos que pueden satisfacernos se miden por su valor mercantil.

En otras palabras, las personas, las situaciones y los objetos se desvalorizan y sólo valen en relación al dinero, por ejemplo: no importan cuántos libros se haya leído, sino cuántos se hayan comprado, no importa cuántas experiencias se tengan en un viaje, sino cuánto dinero se haya gastado, no importa cuánto tiempo pasen los padres con sus hijos, sino cuánto les han regalado. Esto es en sí mismo un grado de locura, pues ya no se es capaz de valorar a las personas, las situaciones y los objetos en función de las relaciones sociales, sino que se vive en una simulación donde el dinero subordina a todo lo demás y como la simulación se cree real, se vive en cierto grado de psicosis colectiva.

Llamarle psicosis puede sonar aventurado o simplemente metafórico, pero es más literal y real de lo que parece, ya que la sobrevaloración del dinero es por sí misma una manía, “así lo expuso Marx en la imagen de Midas, que en cierto modo es el prototipo o fantasma mitológico del maníaco. Midas desea que todo lo que toque se convierta en oro o dinero en sus manos, enfermas de insaciabilidad” (Schneider, 1979:191). Por ende, este carácter maníaco que predomina en la sociedad actual, es al mismo tiempo el que propicia dicha psicosis, “si según Freud, la psicosis se enciende en la infranqueable contraposición entre deseo y realidad, Midas será entonces el arquetipo de la psicosis del capital” (Schneider, 1979: 192).

Si bien es cierto que el dinero es fundamental en la sociedad actual, también es certero que el dinero nos deshumaniza e incluso nos hace perder el sentido de vida, es decir, “la caza de la riqueza abstracta, el fetiche del dinero, se paga con la pérdida total de la riqueza sensible y natural; la pasión por lo más antinatural, el dinero, se paga con la propia desnaturalización” (Schneider, 1979:194). Es decir, mientras más tiene el humano, menos es, en tanto que mientras más es menos tiene, es decir, cuanto más servicios podamos comprar, menos haremos por nosotros mismos y mientras más hagamos, mientras más nos realicemos, aprendamos, practiquemos, mejoremos: menos necesitaremos comprar y mayor plenitud desarrollaremos.

Este afán de consumo también representa una forma de escape ante las relaciones sociales tan deshumanizadas que vivimos, donde el trabajo es una fuente de desmotivación y sufrimiento. Pero no es cualquier escape, pues la publicidad se encarga de mostrar a las mercancías como algo tan grandioso como los dioses, de modo que la verdadera religión en la actualidad es el consumo, “el comprador se convierte tendencialmente en un psicótico de las mercancías, que niega el valor de uso real, en realidad cada vez menor, del mundo de las mercancías, a medida que se deja engañar por su mera apariencia de valor de uso, por su promesa de felicidad” (Schneider, 1979:312) es decir, por una publicidad que promete cada vez más y contiene cada vez menos.

En ese sentido, lo que más promete la publicidad es una satisfacción sexual, lo cual es muy evidente puesto que el factor más explotado en cualquier comercial es la sexualidad y más específicamente la muñeca sexual, es decir, la utilización de la mujer como objeto de deseo, ya que la “revolución sexual no demuestra el libertinaje sexual de una cultura progresista; demuestra únicamente que el capital de los grandes almacenes realiza mayores ventas con la desnudez que con la pudicia burguesa” (Schneider, 1979:322),. Lo lamentable es que mucha de la liberación sexual en nuestro tiempo esconde una deformación demencial de nuestra sexualidad, al convertir el erotismo en moneda de cambio. En otras palabras, las empresas han sabido capitalizar la sexualidad reprimida por siglos en una industria de consumo, donde se obtiene mayor placer sexual mientras más se compra (juguetes, servicios, pornografía), esto convierte nuestra sexualidad en una manía de consumo y por ende padece de cierto grado de locura. Esto no significa que caigamos en el conservadurismo y defendamos las relaciones sexuales exclusivamente matrimoniales, sino que la sexualidad no es sana mientras esté atada a una industria de consumo y de simplificación de las personas a su apariencia y deseabilidad. No es casualidad que la prostitución y el desnudo sean censurados, ya que la razón de fondo no es la moral, sino que tal censura aumenta su valor en el mercado.

La locura del consumo llega a niveles aún más alarmantes, donde nos concebimos a nosotros mismos como una mercancía más, es así que buscamos mantenernos delgados, jóvenes, de tez blanca e incluso con una sonrisa falsa, con tal de ser atractivos en el mercado social, pues en esta sociedad de consumo cuanto más atractivo físico mostremos mejor será nuestra venta como mercancías humanas (Schneider, 1979:332).

4. Locura en los empresarios

Tan indiferente como es el drogadicto frente a todas las necesidades individuales que no sirvan para satisfacer su manía, lo es el capitalista frente a las necesidades sociales (por ejemplo, la reducción del tiempo de trabajo) que no sirvan para satisfacer su manía de lucro.

Michael Schneider

Los grandes empresarios son los ideólogos y sustentadores de la locura en el trabajo, pues sólo con dicho sistema obtienen grandes ganancias, pero no son conscientes del poder que tienen. Es decir, siguiendo la dialéctica amo-esclavo que propone Hegel (2009), todo dominador termina siendo dominado por su propio poder. De ese modo, la burguesía que propicia formas de locura en el trabajo y en el consumo, se ve obligada a padecer cierta locura derivada de dicho dominio.

En consecuencia, los empresarios sufren de una locura que ellos mismos se han generado, pues su afán de lucro se convierte en una manía que no tiene límites, donde no importa el daño ecológico, la pauperización de la sociedad, la manipulación mediática, la invasión y dominio político y económico de pueblos enteros o la exclusión de pueblos indígenas, con tal de hacer negocios. Esto muestra un grado de locura con mayores repercusiones que el de los trabajadores, ya que los empresarios, con su poder y su dinero, son los responsables de las mayores masacres y devastaciones mundiales, por ejemplo, el hecho de que los presidentes de Estados Unidos se nieguen a firmar protocolos ambientales o que impulsen permanentemente acciones bélicas donde hay recursos energéticos: muestra que detrás de ellos están los intereses de los principales magnates estadounidenses, es decir, las personas más peligrosas del mundo, que son capaces de acabar con el planeta y con la humanidad con tal de saciar su megalomanía (entendida como un estado psicopatológico caracterizado por los delirios de grandeza, poder, riqueza u omnipotencia), además de sufrir delirios de persecución terrorista.

Esto también afecta al empresario promedio, ya que por lo general no ofrecen prestaciones a sus empleados, lo que implica que cuando éstos lleguen a la vejez morirán de hambre puesto que no tendrán una pensión, que si se enferman podrán morir fácilmente por no contar con un seguro médico, incluso es muy común que despidan a mujeres embarazadas o que no las contraten, lo que implica miseria para niños y niñas recién nacidos. Ahora bien, un psicópata (como un asesino serial) no puede empatizar ni sentir remordimiento, por eso interactúa con las demás personas como si fuesen cualquier otro objeto, las utilizan para conseguir la satisfacción de sus propios intereses. ¿No es esto lo que hace el empresario promedio? No le importa que sus empleados envejezcan sin pensión, que enfermen sin acceso a un seguro médico, que nazcan niños y niñas con madres desempleadas, sólo les importa ver cifras y cifras con ganancias para sus bolsillos, es decir, su megalomanía y su codicia derivan en psicopatología. ¿No son todos los empresarios psicópatas? Cuántos de ellos brindan una vida digna a sus empleados, incluso cuántos lo hacen con la intención de hacerlo y no simplemente porque lo marcan las leyes.

La promesa del capitalismo es que cualquiera puede hacerse rico y poderoso repentinamente, basta tener una idea innovadora y la suerte de que sea lucrativa, pero esto sólo significa que pasemos de la locura opresiva que implica el trabajo asalariado, a la locura megalómana y psicópata de quien sube en la escala social, es decir, parece no haber una salida sana en la sociedad actual.

Además, los pequeños empresarios también tienen rasgos de locura, ya que para competir contra las grandes empresas suelen obligarse a sí mismos a trabajar más de 12 horas al día, de modo que sufren de adicción al trabajo, incluso llegan a obsesionarse tanto que cuando deciden descansar no saben qué hacer con sus vidas, pues sus relaciones sociales están sumamente atrofiadas por la obsesión de acumulación de capital.

5. La locura dentro de la familia

Si la familia burguesa es una fábrica de neurosis no lo es en primer lugar por la moral sexual represiva imperante en ella, sino porque representa una relación íntima de poder, en la que se reproduce la relación social de poder o de clase.

Michael Schneider

Muchos hemos crecido con la idea de la familia nuclear como la familia ideal, la que se compone de padre, madre e hijos. Por eso nos sorprende cuando nos enteramos de que es sólo una de tantas maneras de hacer una familia y que en la historia humana se han dado una infinidad de formas, empezando por las familias colectivas en la prehistoria, donde un conjunto de padres y madres atendían a un conjunto de hijos, y muchas veces no se sabía con certeza de quién eran los hijos biológicos.

Pues bien, la familia nuclear no sólo no es el único modo de familia, sino que al ser la mínima expresión de nuestra sociedad, propicia cierta locura, ya que reproduce las formas de convivencia desiguales y enajenantes que existen en el trabajador, el consumidor y el empresario. Engels (2008) señala que sólo con el surgimiento de la propiedad privada se instituye la monogamia, ya que se asume a la mujer como una más de las propiedades del hombre, tales como el ganado y el terreno.

En ese sentido, la familia moderna educa sobre la base de unas relaciones desiguales y excluyentes de poder. Hörnle menciona que: “el orden familiar burgués es una jerarquía escalonada, una pequeña reproducción de la jerarquía social en el Estado burgués. A la cabeza se halla el padre (…) madres e hijas tienen menos derechos que el padre y los hijos. De este modo la familia desarrolla en el niño la noción de que esa estratificación de la sociedad en privilegiados y subordinados es algo enteramente natural e ineluctable” (citado en Schneider, 1979:125). Es decir, no podemos esperar que los hijos crezcan con valores como la igualdad, la justicia, la libertad o la democracia cuando en el seno familiar sólo viven y perciben relaciones de dominación, de subordinación y de imposición, incluso cuando los hijos son adultos, los padres suelen ser incapaces de tratarlos mediante relaciones igualitarias, pues no conciben otro tipo de convivencia que de subordinación.

Dicho de otro modo, la conformación de la familia nuclear y su correspondiente jerarquización surgen cuando el hombre comenzó a ver a la naturaleza como un recurso de apropiación para beneficio individual y reprodujo esta visión hacia su pareja y sus hijos, “como cuenta Marx, nadie se opuso más a la legislación que limitaba el trabajo infantil, que los padres que explotaban a esos niños” (Schneider, 1979:128). Esto es evidente en la actualidad, ya que la mayor parte del trabajo infantil, como en el comercio al menudeo, es impulsado principalmente por los propios padres, que ven a sus hijos como una más de sus pertenencias o como una más de sus fuentes de ingreso económico. En el lado opuesto de la misma moneda, los padres pertenecientes a una estratificación social alta remplazan la convivencia familiar con retribución económica, de modo que en lugar de educar y acompañar afectuosamente a sus hijos, les regalan todo cuanto pidan y delegan la formación a las empresas educativas, las cuales pueden hacer poco con respecto a tal abandono y por ende de cierta locura que se propicia en los hijos.

Luego la sociedad se sorprende de la gran adicción de los menores a las drogas, o de los fenómenos de intimidación (bullying) e indisciplina, cuando los padres son uno de los principales causantes del escape artificial de los hijos ante el abuso o el abandono.

Pero no sólo los padres pueden ser una gran fuente de demencia hacia los hijos, sino que nuestra cultura patriarcal propicia locura en la madre, ya que el papel social que juega la mujer en dicha relación es infravalorado, mientras el padre busca su trascendencia en el trabajo, en la política o en sociedad, la mujer es vista tan sólo como su complemento, por lo que su labor no es plenamente reconocida, las labores domésticas son invisibilizadas, las labores maternales son vistas como algo naturalizado y obligatorio, que no poseen reconocimiento social, o cuando lo obtienen es tan sólo de un modo mistificado como la madre y esposa abnegada que lo da todo sin esperar nada a cambio. De este modo se propicia que la mujer pueda sufrir cierto grado de locura al vivir en la marginación social y al estar subordinada al hombre.

Peor aún, como en la sociedad de consumo el sexo es visto como una mercancía, el hombre suele satisfacerse comprando sexo fuera del hogar y si la mujer decide ponerse a la altura del hombre en el terreno sexual y disfrutar de su cuerpo con la misma libertad: es tachada de loca. En pocas palabras, la mujer sólo tiene dos opciones: sufrir el cautiverio y la marginación sexual de la madre y esposa (con su correspondiente grado de locura), o liberarse del dominio patriarcal y ser tachada de loca. En reciprocidad, la subordinación de la madre puede generar cierto grado de locura en el padre, dado que se le sobrecarga la responsabilidad de la manutención del hogar, así como se le priva en gran medida de la posibilidad de mostrar debilidad o vulnerabilidad.

Además, esta forma de familia nuclear también es fuente de locura para las personas mayores, ya que en nuestra sociedad capitalista quien no es capaz de generar riqueza material es visto como alguien caduco, esto se refleja en la exclusión o marginación de los abuelos en el hogar, con su correspondiente grado de locura en tales personas, dado que se les niega la oportunidad de contribuir en la medida de sus posibilidades.

6. La superación de la locura

La etiqueta social de sano y enfermo es en última instancia expresión de la selección capitalista entre fuerza de trabajo intacta y defectuosa, rentable y no rentable, adaptada y reticente, entonces se trata de movilizar la enfermedad en todas sus formas de resistencia contra la salud dominante.

Michael Schneider.

Hemos visto que en cada espacio de convivencia hay detonadores de locura, ya sea en el trabajo, en el consumo o en el hogar, tanto para ricos como para pobres. Esta locura tiene su base en el sistema capitalista y su repercusión afecta a todos a distintos niveles. Es decir, aun cuando en los países de primer mundo se haya disminuido la pobreza material, se sufre de una gran pobreza espiritual, ya que la megalomanía, la disfunción familiar y el consumismo son fuentes de locura hasta en los mejores países.

Lo importante es que no está todo perdido, aun cuando la mayor parte de la gente viva en una psicosis colectiva capitalista, existen unos cuantos “locos” que toman consciencia y luchan contra esta sociedad enferma. Ya que este sistema criminaliza como loco a quien pone en duda lo establecido y se atreve a soñar y a luchar por un mundo mejor.

En tal sentido, los pobres suelen generar más locura que los ricos puesto que padecen una opresión psicológica y material mayor, pero al mismo tiempo tienen mayores posibilidades de liberarse de la locura, ya que si la terapia consiste en neutralizar nuestros desequilibrios y éstos no son generados por nuestra mente sino por una sociedad enferma: la mejor terapia consistirá en transformar nuestro entorno y no en adaptarnos a la putrefacción social. Incluso las personas que sufren de grandes traumas por violaciones u otro tipo de agresiones, pueden utilizar la lucha política como terapia, ya que no hay mejor catarsis que unirse a más personas que sufrieron injusticias similares y luchar juntas para erradicar la fuente social del daño.

Por todo ello, la salud mental requiere de al menos tres características: 1. Ser conscientes de que vivimos en una sociedad enferma. 2. Convertirnos en sus enemigos de modo que luchemos por una sociedad mejor, y 3. Transformar el modo como construimos nuestros espacios de convivencia, de modo que forjemos relaciones laborales y hogareñas equitativas, así como una valoración de las personas, actividades y objetos que supere la visión mercantil. En tal sentido, “la exigencia terapéutica que hay que plantear hoy día a una organización revolucionaria es: superar, junto a la propiedad privada, también los tabiques patógenos que ha levantado entre los hombres y dentro de ellos mismos (Schneider, 1979:367).

Para ello es necesario un cambio profundo de nuestra visión de la sociedad, donde rompamos con la ideología irracional y vorazmente competitiva, que con el argumento de la productividad devasta pueblos, recursos y empobrece la calidad de vida de los trabajadores, por lo tanto “el movimiento socialista tiene hoy día la tarea de desarrollar formas de organización y praxis políticas que no estén ya vinculados a la capacidad de imponerse propia del clásico yo burgués competitivo e individual, sino que faciliten precisamente al individuo de <yo débil>, <regresivo>, <enfermo> la posibilidad de su autorrealización en un marco cooperativo” (Schneider, 1979:380).

Una vez que logremos la revolución socialista podremos disfrutar plenamente de una óptima salud mental y despertaremos plenamente de esta especie de <matrix> en la que vivimos permanentemente, lo cual transformará radicalmente nuestros modos de convivencia, en tanto que “el niño socializado que se cría en la gran familia comunista y desde muy temprano se integra en el proceso social de producción, desarrollará relaciones objetuales cualitativamente distintas, a saber, predominantemente colectivas, a diferencia del niño que se cría privadamente en la pequeña familia patriarcal” (Schneider, 1979:129).

Mientras tanto, nuestra lucha seguirá siendo tachada de locura, por aquéllos que están más locos que nosotros y que han sido adormecidos por la droga del consumismo, o que se han creído el cuento de que vivimos en el mejor de los sistemas sociales. En tanto que la única forma de combatir a esta sociedad enferma es declararnos sus enemigos.

BIBLIOGRAFÍA

Engels, Friedrich. 1961. Dialéctica de la naturaleza, México, Grijalbo.

Engels, Friedrich. 2008. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Madrid. Alianza.

Hegel, Friedrich. 2009. Fenomenología del espíritu. Valencia. Pre-textos.

Schneider, Michael. 1979. Neurosis y lucha de clases. México. Siglo XXI.

Acerca de maudimeo

Filósofo y defensor de derechos humanos.
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Una respuesta a La sociedad enferma y sus enemigos

  1. Goodman dijo:

    Se rescata del texto que no esconde su pasión marxista, engeliana y casi anárquica. Otro ideólogo izquierdizante que se autodenomina filósofo. No vale la pena.

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